La
manifestación del 7N ha puesto de manifiesto el concepto “violencias
machistas” en plural. Y es que hasta hace poco hemos dicho violencia en
singular “violencia de género” o “violencia machista”, como si sólo existiera
una sola forma de violencia ejercida contra las mujeres. Esto se debe a que lo
verdaderamente visible a la sociedad, es decir, lo que aparece en los medios y
en las redes sociales, han sido los asesinatos de mujeres a manos de sus
parejas o ex parejas. Y, sin lugar a dudas, esto ES PRIORITARIO PORQUE NOS
ESTAN MATANDO, pero poco más se profundiza sobre las violencias machistas; ni
siquiera sobre las denuncias, ni sobre los datos de mujeres que la padecen y
que no denuncian, tampoco sobre sus orígenes, ni sobre todas sus consecuencias
o posibles remedios. Estos datos no son visibles. Todo esto nos hace
reafirmarnos aún más en la convicción de que las violencias de género DEBERIAN
SER UNA CUESTION DE ESTADO.
A grandes rasgos,
en nuestra sociedad se concibe que las agresiones hacia las mujeres
solamente se comenten en el ámbito privado y a manos de nuestras parejas o exparejas.
Pero, por suerte, hace tiempo que salimos de casa y alunizamos en el ámbito de
lo público, reservado hasta hace muy poco exclusivamente a los varones….
También trabajamos remuneradamente y nos relacionamos por nosotras mismas...
Pero, muy al contrario de todo pronóstico, las agresiones machistas no han
cesado sino que se han transformado, adquiriendo nuevos formatos que parten de
los antiguos, y se han trasladado también hacia distintos ámbitos y
contextos. En la pirámide de las violencias machistas el vértice de arriba
es el asesinato, visible pero sin respuesta social ni institucional para
atajarlo. Más abajo nos encontramos las otras manifestaciones visibles como
agresiones sexuales, malos tratos físicos y la violencia psicológica
(amenazar, gritar, insultar, humillar, despreciar, etc.). Y en un tercer
escalón nos encontramos con formas sutiles e invisibles, como la invisibilización,
el lenguaje y la publicidad sexistas y los micromachismos.
En estas formas sutiles
e invisibles es donde el machismo se perfecciona y se naturaliza. Tenemos,
legalmente, derechos reconocidos, pero la igualdad no es real y su máxima
expresión son los micromachismos (prácticas de dominación masculina en la vida
cotidiana, del orden de lo "micro", de lo capilar, lo casi
imperceptible, lo que está en los límites de la evidencia imperceptible).
Es curioso cómo
cuando un grupo de mujeres nos sentamos a hablar sobre este tema, resulta que
todas tenemos alguna o varias historias que contar con respecto a los
micromachismos. Con esto nos referimos a aquellas actitudes invisibles, y casi
intangibles, que van minando el espacio de la mujer, o aquellas conductas que,
siendo ciertamente invisibles, están tan naturalizadas y forman parte de la
hegemonía cultural, hasta el punto de pasar desapercibidas. Valga como EJEMPLO
la ausencia de corresponsabilidad y conciliación en las labores domésticas y de
los cuidados. Es una actitud machista obvia y evidente, y sin embargo
absolutamente normalizada, aceptada socialmente. El machismo postmoderno o
neomachismo la solventa con acciones puntuales, como un modo de salvar ciertas
quejas y de dar cabida a las nuevas exigencias sociales, pero que de ningún
modo pretenden atajar ni atajan la desigual distribución de las tareas y del
tiempo libre.
Todas las presentes
pudimos relatar distintas experiencias vividas y repetidas a lo largo de
nuestra vida, tomando protagonismo el sufrido acoso callejero, es decir, el
hecho de ir por la calle y que cualquier desconocido pueda hacer un comentario
o valoración sobre nuestro aspecto físico. A veces, sin mediar palabras,
se percibe el acoso en ciertas persecuciones visuales masculinas, individuales
y colectivas. En este sentido, pudimos reflexionar sobre el típico piropo, que
a veces, sobre todo cuando no es abiertamente grosero, cuesta tanto asumir como
acoso o abordaje machista.
En este sentido, todas
coincidimos en lo enriquecedor que nos había parecido el debate, pues nos
sirvió, de alguna manera, para liberar nuestras frustraciones interiores.
Muchas de nosotras habíamos sido expuestas de niñas y jóvenes a pequeñas o
grandes agresiones, roces o tocamientos. Incluso se llegó a manifestar el deseo
de envejecer para no ser agredidas verbalmente, aunque algunas compañeras nos
alertaron de que ni los años nos librarían de poder ser objeto de degradaciones
o abusos por el mero hecho de ser mujeres. También hablamos del bullyin o acoso
sexual dentro del trabajo que algunas sufrimos en nuestra juventud.
Otro tan habitual como
el piropo es la invisbilidad o anulación de la figura femenina cuando ésta va
acompañada de la masculina, en una asunción social de valores y creencias estereotipadas
y sexistas. Por ejemplo, al encontrarnos con un amigo, o al negociar un
trámite, empresarial o bancario, se tiende a dirigir la mirada, el saludo o la
palabra solo al varón, en detrimento de una atención dirigida de manera
proporcionada hacia todas las personas receptoras del mensaje o hacia las
mujeres en el caso pertinente. Incluso si a las mujeres se nos ocurre preguntar
algo, curiosamente ocurre que la respuesta irá dirigida hacia nuestro compañero
masculino. Sucede también lo mismo cuando vamos a contratar algún servicio, o a
realizar trámites administrativos o judiciales en los que figura de nuestro
consorte: el nombre que aparece casi automático en primer lugar tiende a ser el
del varón. Lo mismo ocurre cuando nos sentamos en cualquier terraza a tomar una
cerveza. A pesar de que nuestro compañero masculino pida bebida sin alcohol y
nosotras con alcohol, existe la tendencia de servir y adjudicar la bebida
alcohólica a los varones.
El tabú, la
invisibilización, la vergüenza y los mitos en torno a la menstruación fue otro
de los temas que surgieron en el debate, donde se coincidió en visibilizar este
aspecto tan cotidiano y esencial para las mujeres y para el funcionamiento de
la sexualidad. Y en torno a ésta última también se discutió sobre la
hipersexualización capitalista y patriarcal del cuerpo de las mujeres, a edades
cada vez más tempranas. También se abordó el asunto de las barreras
psicológicas y reales existentes, aún hoy en día, para las mujeres que deciden
amamantar en público. Y, en torno a todo ello, asumimos la necesidad de planear
un nuevo ideario sociológico sobre el cuerpo, el desnudo y la sexualidad humana
lejos de los parámetros del consumo y el patriarcado.
Otro ámbito enturbiado
por los micromachismos y machismos reside en la ausencia de sororidad femenina.
Pudimos ver que ha llegado el momento de dejar de recriminarnos entre mujeres
nuestros errores y carencias de raíces patriarcales. Si hay un género que se
debe transformar, éste es sobre todo el masculino. Nosotras no matamos,
nosotras no violamos, nosotras no acosamos en la calle... Nosotras cuidamos, y
queremos que todos los géneros existentes nos cuidemos unos a otros, y que ese
valor que se nos ha encomendado a las mujeres desde el patriarcado, se expanda
a todos los sexos y géneros. Construir un nuevo modelo de persona, pero no a
través de machacarnos doblemente a nosotras mismas. Admitimos que el peso
que ya de por sí recae sobre el sexo femenino es suficiente, y que no es justo
sumar las críticas (por las apariencias, por el consumo, por las relaciones,
etc.) desde círculos de mujeres, dentro o fuera del movimiento feminista. En
este sentido se abogó por un consumo consciente y sostenible con nosotras y con
el planeta, alejado del capitalismo, y en consonancia con la hermandad
femenina, pues bien conocido es el dicho, la unión hace la fuerza.
Como conclusión, vimos
necesaria la visibilización constante de todos estos micromachismos cotidianos,
partiendo de lo micro hacia lo macro como modo de transformar nuestro entorno y
por ende nuestra sociedad. Fuimos conscientes de que dar luz y combatir
aspectos tan asumidos y digeridos por nuestra sociedad patriarcal no sería
tarea fácil, pero conscientemente asumimos el riesgo, pues se plantea prometedor
vivir en un mundo feminista.
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