miércoles, 13 de enero de 2016

EL MACHISMO SE PERFECCIONA



    
La manifestación del 7N ha puesto de manifiesto el concepto “violencias machistas” en plural. Y es que hasta hace poco hemos dicho violencia en singular “violencia de género” o “violencia machista”, como si sólo existiera una sola forma de violencia ejercida contra las mujeres. Esto se debe a que lo verdaderamente visible a la sociedad, es decir, lo que aparece en los medios y en las redes sociales, han sido los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o ex parejas. Y, sin lugar a dudas, esto ES PRIORITARIO PORQUE NOS ESTAN MATANDO, pero poco más se profundiza sobre las violencias machistas; ni siquiera sobre las denuncias, ni sobre los datos de mujeres que la padecen y que no denuncian, tampoco sobre sus orígenes, ni sobre todas sus consecuencias o posibles remedios. Estos datos no son visibles. Todo esto nos hace reafirmarnos aún más en la convicción de que las violencias de género DEBERIAN SER UNA CUESTION DE ESTADO.

   

    A grandes rasgos, en nuestra sociedad se concibe  que las agresiones hacia las mujeres solamente se comenten en el ámbito privado y a manos de nuestras parejas o exparejas. Pero, por suerte, hace tiempo que salimos de casa y alunizamos en el ámbito de lo público, reservado hasta hace muy poco exclusivamente a los varones…. También trabajamos remuneradamente y nos relacionamos por nosotras mismas... Pero, muy al contrario de todo pronóstico, las agresiones machistas no han cesado sino que se han transformado, adquiriendo nuevos formatos que parten de los antiguos, y se han trasladado también hacia distintos ámbitos y contextos. En la pirámide de las violencias machistas el vértice de arriba es el asesinato, visible pero sin respuesta social ni institucional para atajarlo. Más abajo nos encontramos las otras manifestaciones visibles como agresiones sexuales,  malos tratos físicos y la violencia psicológica (amenazar, gritar, insultar, humillar, despreciar, etc.). Y en un tercer escalón nos encontramos con formas sutiles e invisibles, como la invisibilización, el lenguaje y la publicidad sexistas y los micromachismos.

   En estas formas sutiles e invisibles es donde el machismo se perfecciona y se naturaliza. Tenemos, legalmente, derechos reconocidos, pero la igualdad no es real y su máxima expresión son los micromachismos (prácticas de dominación masculina en la vida cotidiana, del orden de lo "micro", de lo capilar, lo casi imperceptible, lo que está en los límites de la evidencia  imperceptible).

    Es curioso cómo cuando un grupo de mujeres nos sentamos a hablar sobre este tema, resulta que todas tenemos alguna o varias historias que contar con respecto a los micromachismos. Con esto nos referimos a aquellas actitudes invisibles, y casi intangibles, que van minando el espacio de la mujer, o aquellas conductas que, siendo ciertamente invisibles, están tan naturalizadas y forman parte de la hegemonía cultural, hasta el punto de pasar desapercibidas. Valga como EJEMPLO la ausencia de corresponsabilidad y conciliación en las labores domésticas y de los cuidados. Es una actitud machista obvia y evidente, y sin embargo absolutamente normalizada, aceptada socialmente. El machismo postmoderno o neomachismo la solventa con acciones puntuales, como un modo de salvar ciertas quejas y de dar cabida a las nuevas exigencias sociales, pero que de ningún modo pretenden atajar ni atajan la desigual distribución de las tareas y del tiempo libre.

    

   Todas las presentes pudimos relatar distintas experiencias vividas y repetidas a lo largo de nuestra vida, tomando protagonismo el sufrido acoso callejero, es decir, el hecho de ir por la calle y que cualquier desconocido pueda hacer un comentario o valoración sobre  nuestro aspecto físico. A veces, sin mediar palabras, se percibe el acoso en ciertas persecuciones visuales masculinas, individuales y colectivas. En este sentido, pudimos reflexionar sobre el típico piropo, que a veces, sobre todo cuando no es abiertamente grosero, cuesta tanto asumir como acoso o abordaje machista. 

   En este sentido, todas coincidimos en lo enriquecedor que nos había parecido el debate, pues nos sirvió, de alguna manera, para liberar nuestras frustraciones interiores. Muchas de nosotras habíamos sido expuestas de niñas y jóvenes a pequeñas o grandes agresiones, roces o tocamientos. Incluso se llegó a manifestar el deseo de envejecer para no ser agredidas verbalmente, aunque algunas compañeras nos alertaron de que ni los años nos librarían de poder ser objeto de degradaciones o abusos por el mero hecho de ser mujeres. También hablamos del bullyin o acoso sexual dentro del trabajo que algunas sufrimos en nuestra juventud.

   

   Otro tan habitual como el piropo es la invisbilidad o anulación de la figura femenina cuando ésta va acompañada de la masculina, en una asunción social de valores y creencias estereotipadas y sexistas. Por ejemplo, al encontrarnos con un amigo, o al negociar un trámite, empresarial o bancario, se tiende a dirigir la mirada, el saludo o la palabra solo al varón, en detrimento de una atención dirigida de manera proporcionada hacia todas las personas receptoras del mensaje o hacia las mujeres en el caso pertinente. Incluso si a las mujeres se nos ocurre preguntar algo, curiosamente ocurre que la respuesta irá dirigida hacia nuestro compañero masculino. Sucede también lo mismo cuando vamos a contratar algún servicio, o a realizar trámites administrativos o judiciales en los que figura de nuestro consorte: el nombre que aparece casi automático en primer lugar tiende a ser el del varón. Lo mismo ocurre cuando nos sentamos en cualquier terraza a tomar una cerveza. A pesar de que nuestro compañero masculino pida bebida sin alcohol y nosotras con alcohol, existe la tendencia de servir y adjudicar la bebida alcohólica a los varones. 

   

   El tabú, la invisibilización, la vergüenza y los mitos en torno a la menstruación fue otro de los temas que surgieron en el debate, donde se coincidió en visibilizar este aspecto tan cotidiano y esencial para las mujeres y para el funcionamiento de la sexualidad. Y en torno a ésta última también se discutió sobre la hipersexualización capitalista y patriarcal del cuerpo de las mujeres, a edades cada vez más tempranas. También se abordó el asunto de las barreras psicológicas y reales existentes, aún hoy en día, para las mujeres que deciden amamantar en público. Y, en torno a todo ello, asumimos la necesidad de planear un nuevo ideario sociológico sobre el cuerpo, el desnudo y la sexualidad humana lejos de los parámetros del consumo y el patriarcado.

       

   

   Otro ámbito enturbiado por los micromachismos y machismos reside en la ausencia de sororidad femenina. Pudimos ver que ha llegado el momento de dejar de recriminarnos entre mujeres nuestros errores y carencias de raíces patriarcales. Si hay un género que se debe transformar, éste es sobre todo el masculino. Nosotras no matamos, nosotras no violamos, nosotras no acosamos en la calle... Nosotras cuidamos, y queremos que todos los géneros existentes nos cuidemos unos a otros, y que ese valor que se nos ha encomendado a las mujeres desde el patriarcado, se expanda a todos los sexos y géneros. Construir un nuevo modelo de persona, pero no a través de machacarnos doblemente a nosotras mismas.  Admitimos que el peso que ya de por sí recae sobre el sexo femenino es suficiente, y que no es justo sumar las críticas (por las apariencias, por el consumo, por las relaciones, etc.) desde círculos de mujeres, dentro o fuera del movimiento feminista. En este sentido se abogó por un consumo consciente y sostenible con nosotras y con el planeta, alejado del capitalismo, y en consonancia con la hermandad femenina, pues bien conocido es el dicho, la unión hace la fuerza. 

   

   Como conclusión, vimos necesaria la visibilización constante de todos estos micromachismos cotidianos, partiendo de lo micro hacia lo macro como modo de transformar nuestro entorno y por ende nuestra sociedad. Fuimos conscientes de que dar luz y combatir aspectos tan asumidos y digeridos por nuestra sociedad patriarcal no sería tarea fácil, pero conscientemente asumimos el riesgo, pues se plantea prometedor vivir en un mundo feminista. 

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